EL siguiente sueño que les relato, lo tuve hace muchísimos años, cuando era aún un niño. Sé que tenía menos de 6 años, pues aun no ingresaba a mi primer año de escuela. A pesar del tiempo transcurrido, nunca lo he olvidado, pues me impresionó muchísimo.
“El sueño comenzó cuando sorpresivamente me encontré en un lugar desconocido, rodeado de mucha gente, de todas las edades y estaturas. Miraba asombrado pues nunca había visto tanta gente junta. Me veía como el niño que era en ese momento. Toda las personas caminaban en una misma dirección, unas en silencio, otras conversando entre ellas. Era tal la cantidad de personas, que me vi obligado a caminar en la misma dirección de ellos.
Yo iba solo. Ninguna de las personas que conocía, se veía en ese grupo de gente. Tras comenzar a caminar en la misma dirección en que todos iban y luego de un buen rato, comencé a sentir gritos, fuertes y desesperantes gritos que provenían de algún lugar a mi derecha. Con la curiosidad de un niño, corrí al lugar de donde venían los gritos, repentinamente una persona adulta me toma de un brazo y me dice: ...“cuidado niño, puedes caer y no volverás nunca”....
Intrigado, le miré, y vi que indicaba hacia mi derecha. Al mirar, me di cuenta que estaba al borde de un oscuro precipicio, y mirando a ambos lados, veía como caían personas hacia esa inmensa profundidad. La persona me tomó de la mano y me llevó hacia la izquierda de donde nos encontrábamos, y me dijo: “aquí estas al centro del camino, no te vayas a ninguna de las orillas o sino caerás al precipicio”. Decirle a un niño eso, es como pedirle que vigile la torta de cumpleaños. Curioso, me moví a mi izquierda, descubriendo en pocos momentos que hacia allá, ocurría lo mismo que en la otra orilla: gente que caía al abismo, gritos desgarradores y desesperantes, y otros que llegando a la orilla, alcanzaban a devolverse. Instintivamente corrí hacia donde me habían dejado, y me puse a caminar junto con todos en la misma dirección.
Yo iba solo. Ninguna de las personas que conocía, se veía en ese grupo de gente. Tras comenzar a caminar en la misma dirección en que todos iban y luego de un buen rato, comencé a sentir gritos, fuertes y desesperantes gritos que provenían de algún lugar a mi derecha. Con la curiosidad de un niño, corrí al lugar de donde venían los gritos, repentinamente una persona adulta me toma de un brazo y me dice: ...“cuidado niño, puedes caer y no volverás nunca”....
Intrigado, le miré, y vi que indicaba hacia mi derecha. Al mirar, me di cuenta que estaba al borde de un oscuro precipicio, y mirando a ambos lados, veía como caían personas hacia esa inmensa profundidad. La persona me tomó de la mano y me llevó hacia la izquierda de donde nos encontrábamos, y me dijo: “aquí estas al centro del camino, no te vayas a ninguna de las orillas o sino caerás al precipicio”. Decirle a un niño eso, es como pedirle que vigile la torta de cumpleaños. Curioso, me moví a mi izquierda, descubriendo en pocos momentos que hacia allá, ocurría lo mismo que en la otra orilla: gente que caía al abismo, gritos desgarradores y desesperantes, y otros que llegando a la orilla, alcanzaban a devolverse. Instintivamente corrí hacia donde me habían dejado, y me puse a caminar junto con todos en la misma dirección.
Mientras miraba como unos iban más rápido que otros, descubrí que tras mío, venía la persona que me “salvó” de caerme al precipicio. Me sonrió y me dijo: “te lo advertí”, “ahora sigue caminando sin moverte a ningún lado”. Y así lo hice. Continué caminando sin saber a dónde iba, pero me tranquilizaba saber que la persona que estaba tras mío, seguía ahí.
Un buen rato después, volvía a sentir los gritos, esta vez, más cerca. Miré a derecha e izquierda, y descubrí que había menos gente, que el camino era más angosto, y que podía observar a personas que queriendo avanzar más rápido, caían al precipicio, abismo profundo cuya oscuridad ya se podía divisar. En ese momento sentí sobre mi hombro, la mano de esa persona, que me tranquilizaba diciendo: “no temas, no mires a ningún lado, solo camina de frente y no te detengas por nada, los que caen, no los puedes ayudar”. Obediente, seguí avanzando.
Repentinamente me di cuenta que iba caminando en una fila junto a otras personas, y que los bordes del precipicio estaban a ambos lados de nosotros. Poner un pié fuera de la fila, era caída segura, como le ocurrió a algunas personas que iban un poco más adelante.
Delante mío iba un hombre adulto, delante de él, una mujer, a la que alcancé a ver porque movía mi cabeza para mirar hacia delante, con el deseo de saber para dónde íbamos. En uno de esos intentos de mirar, me di cuenta que la mujer ya no estaba y que el camino parecía terminar. El hombre delante de mí se detuvo repentinamente, no quería avanzar, y lo veía que hablaba con alguien, pero yo no veía ni escuchaba a nadie más. El hombre se puso a caminar y sorpresivamente cayó. Trate de apurarme para afirmarlo, y al mirar hacia abajo el hombre no se veía por ninguna parte, pero lo que vi… ¡uf! Aun me impresiona.
Un enorme y sonoro río, de aguas muy, pero muy cristalinas se movía allá abajo de izquierda a derecha rodeando un inmenso tronco de un árbol. Impresionado y con la boca abierta, recorrí con mi mirada ese tronco desde abajo hacia arriba, y ya casi frente a mi nacían las ramas, cubiertas de unas indescriptibles hojas verdes, y se veían frutos de distintos colores. El árbol era inmenso. Levanté mi mirada y su copa estaba muy alta. Quedé absorto mirándolo, de arriba abajo.Un buen rato después, volvía a sentir los gritos, esta vez, más cerca. Miré a derecha e izquierda, y descubrí que había menos gente, que el camino era más angosto, y que podía observar a personas que queriendo avanzar más rápido, caían al precipicio, abismo profundo cuya oscuridad ya se podía divisar. En ese momento sentí sobre mi hombro, la mano de esa persona, que me tranquilizaba diciendo: “no temas, no mires a ningún lado, solo camina de frente y no te detengas por nada, los que caen, no los puedes ayudar”. Obediente, seguí avanzando.
Repentinamente me di cuenta que iba caminando en una fila junto a otras personas, y que los bordes del precipicio estaban a ambos lados de nosotros. Poner un pié fuera de la fila, era caída segura, como le ocurrió a algunas personas que iban un poco más adelante.
Delante mío iba un hombre adulto, delante de él, una mujer, a la que alcancé a ver porque movía mi cabeza para mirar hacia delante, con el deseo de saber para dónde íbamos. En uno de esos intentos de mirar, me di cuenta que la mujer ya no estaba y que el camino parecía terminar. El hombre delante de mí se detuvo repentinamente, no quería avanzar, y lo veía que hablaba con alguien, pero yo no veía ni escuchaba a nadie más. El hombre se puso a caminar y sorpresivamente cayó. Trate de apurarme para afirmarlo, y al mirar hacia abajo el hombre no se veía por ninguna parte, pero lo que vi… ¡uf! Aun me impresiona.
La persona que estaba tras de mí, me dijo: “avanza, sigue caminando”. “Se acabó el camino” le respondí; “no mires para abajo, mira hacia el árbol”. Obedecí, me puse a caminar como pisando en el aire, pues ya no había camino. Sorprendido de no caerme, miré hacia el árbol como queriendo saber que tan lejos estaba, para afirmarme de sus ramas, cuando repentinamente, de ese árbol asoma una mano, solo una mano extendida, y una voz proveniente del árbol que me decía: “no temas, toma mi mano y no caerás”. Eso hice. Estiré mi brazo de niño hasta tocar aquella mano y… qué crees… ¡desperté!
Nunca he olvidado este sueño, y cada vez que lo recuerdo me recorre como una electricidad por el cuerpo, como decimos en mi país, se me ponen los pelos de punta.
No pido interpretaciones de este sueño, solo les puedo decir que una sola vez lo conté en una congregación donde fui invitado a predicar, y hubo hermanas y hermanos que glorificaban a Dios, mientras que a otros les caían las lágrimas.
Bendigo a nuestro Dios por los sueños que nos da y las visiones que nos entrega.
Juan Carlos
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